viernes, 26 de marzo de 2010

La Mujer del Tonel


Amaneció fría. Como la madrugada, como su último polvo, como la Brava que se tomo con el tipo raro del sombrero Charro, como la mirada de indiferencia que le dió la viejita al dejarla en la parada… Así la tenía el primer cliente, un niño (apenas legal) recién salido de la pubertad, recién salido de la peluquería y la pastelería que administra la madre. Allí acostumbraba a dar sus gavetazos. Aprovechaba los descuidos de la cajera para sacar un par de billetes de a cien.

Esa tarde la Mujer del Tonel nunca imaginó que su última cena sería un shuco. A pesar que a partir de las ocho p.m. su menú básico eran puros embutidos. De cualquier manera, el destino la llevaría a una situación que nunca le pasó por la mente. Siempre se imaginaba puras estupideces. Que si dejaría de trabajar en la calle, que si volvería a la U, que si llegaría el amor de su vida, que si con un puesto decente prospera la gente, que si el norte fuera el sur como dice Rajona.

El Patojo salió apurado. Agradeció el bocado de la reina y el vaso de gaseosa bien fría. Le dió un beso a su Madre y tomo el primer taxi rotativo que encontró en la avenida. Sentía que ya no llegaba a la cita con el amor. Sentía mariposas en el estomago y algo más, difícil de explicar.

Al verlo entrar ella supo que con este patojo mejor no jugar. Sin embargo siempre le gustó jugar con fuego y además le encantaba quemarse. Especialmente con hierba de la buena… Lo miró con antojo, lo miró de re ojo, lo miró con apuro y lo apuró a mirarla. El resto es historia: El Patojo se enamoró obsesivamente, tuvo miedo de perderla, perdió la cabeza y acabó con la perdida.

La cortó en pedacitos para no dejar rastro, la fileteo en trocitos como en el rastro, la empacó dentro de una bolsa de plástico negro y la dejó con mucha ternura dentro de un tonel oxidado.

Amaneció fría, tan fría como un agujero negro, tan negro como el luto en el corazón del Patojo.